Símbolos mágico-religiosos en la cultura andina

Entre los símbolos mágico-religiosos del antiguo Perú que pueden ser perfectamente individualizados, escogemos dos: el del personaje mítico de los dos cetros y el del sacrificador que lleva siempre en una mano el arma de la ejecución y en la otra la cabeza humana cercenada.

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Las ideas matrices de índole religiosa han sido expresadas en formas similares. Así el personaje de los dos cetros los cambia algunas veces por armas, como estolicas, o por armas florecidas; pero siempre, como signos de omnipotencia, “el poder en ambas manos”.

El sacrificador lleva la cabeza seccionada ya en la mano izquierda apoyada en la palma, ya colgante, ya sobre el vientre. Unas veces es el arma una porra, otras un cuchillo. Pero, en todo caso, no faltan ni testa ni instrumento del sacrificio.

Mientras el de los Dos cetros está acompañado de una serie de otros signos que hacen más complejo su simbolismo, el de la cabeza cercenada es simple. Si analizamos esta última representación, veremos que se trata de un hombre, por su cuerpo sus extremidades, su rostro y su indumentaria. Lo único que en el no es humano es su dentadura: se trata de una dentadura felínica, sobretodo en el arte Protochimú o Mochica.

El otro personaje aparece en dos representaciones, correspondiendo a la primera a la conocida piedra Chavín o monolito Raimondi. . .

Es también un hombre el representado, con ciertos rasgos de felino, como la dentadura y las garras de los pies y manos que han sido bien marcadas, para revelar su doble condición de ser humano y animal. Lleva en cada mano un complicado cetro que remata en tres vástagos (¿flores, plumas?). Sobre el rostro a manera de gran tocado, surge una compleja serie de signos, predominantemente volutas, intercaladas con ofidios.

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En tanto el mítico sacrificador parece ser muy terreno, éste que se examina tiene todos los rasgos distintivos de una divinidad celeste, por las múltiples irradiaciones que salen del tocado en forma de volutas y de ofidios, que tienen que ver directamente con la luz, el relámpago y los fenómenos meteorológicos.

Examinando el personaje que aparece en la parte central de la llamada Puerta del Sol de Tiahuanaco. Nos encontramos frente al mismo personaje, esta vez sin rasgos felinos ni en la dentadura, ni en las extremidades. Es un hombre que empuña dos cetros que terminan en cabezas humanas, así como dos más de los codos del personaje. El rostro está enmarcado por una como aureola formada por dieciséis discos, seis cabezas telinas y una humana que termina por la parte inferior en un disco. El sujeto mítico está, como en Chavín, puesto de pie. La llamada Puerta del Sol de Tiahuanaco tiene en su parte superior más símbolos relacionados seguramente con la representación central que se ha analizado.

Si hacemos una comparación entre las dos figuras, notaremos que hay una perfecta correspondencia entre una y otra, siendo las variaciones meramente estilísticas, lo que conduce a la afirmación de que Chavín y Tiahuanaco participan en una simbología mágico-religiosa común, pues su símbolo máximo, el Personaje de los Dos Cetros, es uno solo para ambas culturas. Queda abierto el interrogante acerca de si ambas fueron coexistentes o sucesivas.

Pero, es el caso que este personaje mítico no sólo aparece en Tiahuanaco y Chavín sino en otras áreas y en épocas posteriores, por lo cual tenemos que considerarlo como pan-peruano.

Otro tanto sucede con el sacrificador que, como se ha dicho, aparece desde temprano y continúa hasta los tiempos del Imperio y se le ve reproducido inclusive en la pintura indígena postcolombina. Es enigmático su significado. Por la dentadura felina está en relación con el mito del Fundador o Huari. Por la cabeza humana seccionada tiene que ver con la repetida presencia de cabezas-trofeo, que es una constante más en la simbología pan-peruana. Pero, la cabeza del decapitado no siempre es la del enemigo derrotado en la guerra, no siempre es un símbolo bélico, suele estar estrechamente ligada con magicismo de índole agrícola, la cabeza humana tiene que ver con la producción de la tierra, está relacionada con los frutos, ella misma es como un fruto. La lúcuma es Ruku-Uma en quechua "cabeza de viejo". La tutuma es otro nombre de la cabeza humana y lo es de un fruto. La cabeza tiene que ver con la calabaza y con la maraca. Parece que también tiene algo que hacer con la luna.

Es muy temido el Nákaj o Degollador; en el, relato folklórico aparece con frecuencia. Igualmente la cabeza voladora rural, se le reconoce bajo el nombre quechua de Kefke. Es importante subrayar la estrecha relación que existe entre las representaciones simbólicas: elementos tales como la serpiente bicéfala o la de cabeza felina —que se transforma en volutas y terminaciones discoidales— aparecen con el Personaje de los Dos Cetros, tanto en Chavín como en Tiahuanaco.

La anfisbena es siempre un cinturón que ciñe al personaje. Se le acentúa con rasgos realistas en ciertas figuras escultóricas Mochica. Aparece en colores y con movimiento en los mantos de Paracas. Otro tanto ocurre con la cabeza humana seccionada cuya presencia es universal.

Si el Personaje de los Dos Cetros tiene todas las características de un dios celeste, no ocurre lo misino con el Sacrificador, el cual carece de todo signo que lo hiciera reconocible como habitante de Janan Pacha o el cielo. Corresponde a algún mito crónico que está por descubrir. Sin embargo, en alguna representación en el arte de Paracas, este personaje mítico aparece como volando, con alas. Puede ser una evolución posterior del mito.
Bajo el nombre de anphisbena se conoce en griego a la serpiente bicéfala: significa "doble caminante", para dar a entender que se mueve en doble sentido. Con este nombre se distingue en zoología a una sierpe del género de los saurios y del suborden de los anillados.

Su representación realista aparece en el arte del Perú antiguo. Pero, mucho más extendida es la anfisbena mítica, presentada con rasgos no realistas. En este último caso, la anfisbena es un símbolo mágico-religioso constantemente reproducido en piedra, metal, arcilla, tela, etc., en escultura y en pintura, en todas las épocas de la historia antigua del Perú y en todas las áreas geográficas y culturales. Es, por consiguiente, un símbolo universal, uno más en la serie que venimos examinando y que constituye la prueba fehaciente de la unidad de la cultura andina.

Este ofidio de dos cabezas se presenta unas veces formando arco, otras a manera de cinturón de una divinidad, algunas como cetro en manos de un personaje mítico, o como rayos de su aureola, o como cinta de su tocado, o como trenza, o como soga, ya cual signo heráldico, ya cual motivo ornamental.
Unas veces ondulante como una sierpe natural, o engranadas • unas con otras, ó rectas, o zigzagueantes o curvas, o cubierto el lomo de dentellas píscicas.

Las cabezas opuestas en que principia y termina el cuerpo son cabezas de felino, de nutria, de cóndor, de pescado, de auquénido, o simples discos.
En la heráldica europea, hay un símbolo semejante: es el anphiptero que tiene la figura de una serpiente alada, cuya cola termina en otra cabeza de serpiente. En la heráldica incaica aparece en forma de un arco del cual penden dos ofidios a los extremos y del centro la borla imperial o mascapaycha.

¿Tiene un significado común este símbolo tan repetido a través del arte antiguo peruano? Su sentido, en Chavín, Tiahuanaco o los Incas es el mismo. En último término, ¿qué representa la anfisbena? La leyenda mítica viene en auxilio del arqueólogo. Es en el mito de las madres del agua y de la vegetación, conservado en los pueblos amazónicos, que venimos a descubrir qué cosas son la sierpe monocéfala y la bicéfala en la simbología del Perú antiguo.

He aquí sintetizada la leyenda: en el Mundo de Adentro o Ukupacha pululan dos gigantescas culebras, una con sólo una cabeza, la otra con dos: son las madres del agua, la primera, y de las plantas, la segunda, con su respectivos nombres quechuas de Yacu Mama y Sacha Mama. Estas dos grandes sierpes salen de Uku pacha y aparecen en la superficie, de la tierra, este mundo o Kay Pacha, se convierten en inmenso río o Yacu Mama (Ucayali significa lo mismo) o en gigantesco árbol o Sacha Mama; aquél repta, éste camina verticalmente y tiene la apariencia de un tronco seco, sin embargo se mueve aunque lentamente y va cogiendo con la boca de abajo todas las alimañas terrestres y con la de arriba los pájaros e insectos. Atemorizan a las gentes, como monstruos desmesurados.

Pero, no quedan aquí, sino que, de pronto» ascienden al cielo, y entonces Yacu Mama se convierte en el rayo o relámpago y Sacha Mama en el arcoiris. Como seres celestiales son divinos y objeto de culto. Se ruega al rayo que haga llover, se suplica al arcoiris que haya frutos, que la tierra sea fecunda. En esto, por su lado positivo o benéfico. Por el negativo o maléfico, el rayo cae y fecunda a las mujeres o a los animales y procrea seres deforme (seis dedos, labio-hendidos), destinados a la magia, o crías de seis patas y dos cabezas, etc. En cuanto al arcoiris, protege la fecundidad, pero también causa la podredumbre y la fiebre.

Las representaciones en el arte corresponden a la fase celeste de ambos personajes míticos. Es el arcoiris en su natural forma parabólica. Entonces se le reconoce fácilmente.

Pero el artista plasma a la anfisbena de modos diversos, ya en forma naturalista o realista en que se confunde con un ofidio terrestre, como en ciertos vasos nasca, chimú, etc., en que parece ser la intención reproducir al animal, como en el estilo de sierpes unidas como en un engránate, o en un abstraccionismo casi absoluto como en ciertos escudetes incas en que se reduce a la delineación de una letra Z.

La anfisbena es presentada como una culebra cualquiera, pero con dos detalles que la convierten en un ser mítico: una cabeza a cada extremo, como nunca se puede ver en la naturaleza v cosa igualmente no-realista: cada cabeza no de ofidio sino de felino Fsta representación es muy general, desde Pucará en el área Titikaka, hasta Cusco (véase en los keros) y desde la cerámica mochica hasta la cultura Paracas, va en escultura chavinoide o tiahuanaroide. Un precioso ejemplar en el Museo Nacional de Antropología y Arqueología es el ceramio 1/408 MNA que presenta un personaje mítico (una divinidad antropomorfa, de dentadura felina), a la cual rodea, en su base una sierpe manchada, en altorrelieve, con dos cabezas felinas (fig. 83). En la modalidad de arco, hay una intención marcada de representar el arcoiris. La representación respectiva se hace evidente en la figura que Rafael Larco Hoyle ofrece en su libro "Los mochicas". Está en el cielo la anfisbena arqueada, rematando en dos cabezas felínicas y debajo un hombre. En la huaca del Dragón, el arcoiris se repite muchas veces. El cuerpo ofídico, con menor frecuencia, ofrece variante como la de que del medio de él salga un apéndice con una tercera cabeza. Hay ejemplares de cerámica nasca con tal variante.

La yawirka o murumuru era una gran soga de varios colores que se empleaba para una de las grandes danzas incaicas: imitaba una sierpe, probablemente bicéfala. La transformación de la anfisbena en un -cinturón, taja o chumpi es idea antigua, pues aparece en el personaje mítico de la estela chavinoide "Raimondi" y en la central de la puerta del Sol de Tiahuanaco, con frecuencia en el arte mochica, en los tejidos de Paracas y en ciertas telas pintadas. ¿Qué sentido tiene que el arcoiris se convierta en la faja de un dios o sujeto mitológico? Debe tenerse presente que la sierpe bicéfala se convierte también en cetro, en estólica, en llautu o corona, en trenza, en honda. En un vaso chimú es el fuerte cinturón del monstruo mítico terrestre en lucha con su prójimo marino. En la historia de los incas hay un pasaje que se refiere a que Chuki Illa ofrece una sierpe bicéfala a Inca Yupanqui "para que le trajese siempre consigo a fin de que no le sucediese cosa siniestra". Es muy interesante el dato que ofrece Lehman Nietzsche sobre el mito de los indios vilela, en que el arcoiris es una víbora de muchos colores que se traslada al cielo, pero es de tal voracidad que traga cuanto encuentra: cuando fue muerta, la destriparon y de ella salieron los hombres, animales y tantísimas cosas que había devorado. Hay ciertas representaciones nazca que tienen un gran parecido. Muchas otras tribus amazónicas tienen mitos similares.

La extensión de la leyenda anfisbénica comprende tribus venezolanas. Así, en Yaracuy, se cree que el arcoiris es una culebra voladora de dos cabezas, que se bebe toda el agua de los ríos, que preña a las mujeres que van a las fuentes, etc. En Chile —anota Julio Vicuña Cifuentes— el culebrón es una víbora rechoncha, con cabeza y hocico en cada extremo, a veces le salen cabecitas por los costados y tiene cerdas a lo largo del espinazo (dentellas píscicas).

En -conclusión, el arcoiris es la diosa de la fecundidad, de la vegetación, de la humedad, de la podredumbre. Fue adorada en Coricancha y su representación es universal en el mundo andino.
Otros tres símbolos son constantes en la cultura andina y dos de ellos muy extendidos por la América antigua. Estos últimos son el ofidio y el felino, el tercero es el ave (cóndor, águila, halcón).
La sierpe de una sola cabeza —dijimos ya— que es símbolo del agua, del rayo, del trueno, del relámpago, de la lluvia, del río. La sierpe celeste se identifica con Illapa, el Rayo-Dios, es la serpiente luminosa que alumbra el mundo en la noche de la tempestad, en el día nublado y que anuncia la esperada y bienhechora agua del cielo. Es también Yacu Mama o la madre del agua.

Su personificación sobre la tierra es el gran río, es Ucayali. El ofidio está representado en el arte andino en todas las épocas y en todas las áreas, desde Chavín y Tiahuanaco hasta el incanato. Su presencia en la cerámica, en el tejido, en la escultura, se relaciona con su simbolismo esencial. Así en el monolito Raimondi aparece un poco confundido con el arcoiris o anfisbena celeste, pues los ofidios que alternan con el motivo de voluta no son muy claramente sierpes independientes en cada lado sino que parecen continuar al lado contrario. En cambió, en la Portada del Sol de Tiahuanaco, los cetros del personaje central son culebras geometrizadas que rematan en cabezas de cóndor (o halcón), como para indicar que es de ofidios celestes la representación. La cola de éstas no repite el motivo cabeza de cóndor coronado sino que uno es una imitación del gancho de la estólica con una pequeña cabeza de ave y la Otra se bifurca en dos diminutas cabezas del mismo animal.

En el cuerpo vemos repetirse el motivo de dichas cabezas como rematando cuerpos ofídicos que no insinúan bicefalia, característica de la representación del arcoiris, por lo que se puede sospechar que lo simbolizado es el rayo. La multiplicación de ambos símbolos, en estrecha relación con los personajes representados, probablemente significa la acentuación de la naturaleza celeste del dios, lo cual abona la hipótesis de que se trata del sol.

Los incas labraron en algunos muros de su fina arquitectura de piedra representaciones ofídicas realistas, sin tendencia a complejidades míticas.

Es simplemente la culebra, como cualquiera puede conocerla, incluso en alguna portada del palacio de Huayna Capac en el Cusco. No conocemos ninguna representación inca del Amaru, que es la sierpe de la mitología, algo como un dragón según las leyendas conservadas.

Amaru es el gran río que hoy llamamos Madre de Dios; en cambio, un hilo de agua, un pequeño arroyo cerca del Cusco, es llamado Kolike Machaj-uay ("culebra de plata"). El relámpago o culebra de luz, el rayo y el trueno constituían una deidad trina (padre, hijo y hermano), objeto de culto principal bajo los incas. En el Coricancha, a la siniestra mano de la capilla del sol, se alzaba el adoratorio de Illapa, y en las grandes fiestas del Cusco ocupaba su imagen el segundo lugar después del astro-rey.

Hay también relación entre el rayo y la honda, y existen representaciones de dicho fenómeno meteorológico como un "hondero del sol". Los nacidos en días de tempestad eran considerados hijos del rayo, y los deformes (labiohendidos, seis dedos, corcovados) lo eran también. El hijo de Illapa estaba predestinado para hechicero.

El motivo ofídico es panamericano, y aún universal. El símbolo del felino tiene similar difusión, se le encuentra por toda la América, desde tiempos muy remotos. En el Perú es muy constante su presencia en todas las áreas y todas las épocas de que existe prueba arqueológica. —Una pequeña escultura de felino— es un objeto religioso de estilo Chavín. El cuerpo del animal está cubierto de signos de sentido mítico que suprimen los rasgos realistas. En este caso, como en la mayoría, el artista advierte que lo que reproduce no es el animal terrestre sino otro del mundo mágico-religioso, es un felino del cielo, en el cual creyeron firmemente, como protector de los tigres y. pumas y como devorador de la luna en los eclipses.

Ese felino legendario, mítico, es reconocido en la constelación llamada por los antiguos peruanos Choque Chinchay (o Chinchay de oro), que los cronistas españoles identificaron con las Siete Cabrillas.

También denominábase Onkoy, que significa enfermedad, en quechua, porque se hace más visible en los meses de tiempo seco que son perjudiciales a la salud, según el criterio indígena.

Este culto parece antiquísimo y es de origen amazónico, persistiendo en la costa, en cuya simbología encuentra lugar principal.
La constelación del Felino aparece por el norte y marca esta dirección o rumbo, de donde viene el nombre de Chinchay Suyu.

El felino de fuego es otro personaje mítico muy relacionado con la mitología del altiplano. Antes de que hubiera sol, fue ese felino el que alumbraba el mundo: aparecía sobre la peña Titicaca." Era el Titi. En el arte Nazca, el titi —que etimológicamente significa "todo" o "en todo"— viene a ser la nutria, con su acusado aspecto felino, habitante de tierra y agua, es decir un anfibio, que se asocia estrechamente con la producción agrícola, como portador de frutos (maíz, ají, frijol, pallar), seguramente porque se observó que dicha especie animal hace su aparición en los ríos en creciente (o "repunta"), signo infalible de buena cosecha en la costa.
Otro sentido de la representación de pumas o tigres (jaguares) tiene que ver con una difundida leyenda mítica de brujos que se transforman en tigres o pumas.

En cada caso, habrá, pues, que discriminar si el símbolo corresponde al felino-celeste, al felíno-portador o al felino-mago.

El ave es el otro de los motivos generales aunque no con la universalidad de los dos anteriores. Son águilas, halcones y cóndores los que diseña el artista en el tejido, en la cerámica, en el metal y en la piedra. Otras aves menores figuran en escala mínima, como golondrinas, loros, buhos, etc.
La representación artística más remota es, sin duda, la de los bajorrelieves del cóndor de Chavín (fig. 92), siguiéndole la de los que exornan la Puerta del Sol de Tiahuanaco. En una y otra fases culturales, en uno y otro estilo, la frecuencia es mayor que en los demás. Sin embarco, en época posterior, en el arte llamado tiahuanacoide o Tiahuanaco de la costa, la cabeza del cóndor es frecuentemente reproducida.

En algunos mantos de Paracas, en cierta cerámica chavinoide, en litoesculturas y pinturas en piedra más recientes, como los dos cóndores de Condorsayana, no lejos del Cusco, que, según los cronistas, aparecían en un alto peñasco, simbolizando a dos incas, se puede anotar la presencia de aves de presa, águilas, halcones, cóndores.

Más, ¿qué simbolizan? Tenemos poca literatura mítica sobre las aves simbólicas que, incluso, suelen ser bicéfalas, a la manera del águila heráldica austríaca. En cierto mito del origen del sol, es el cóndor quien empolla y cuida al huevo del cual sale el astro.

En la simbología de Tiahuanaco se puede diferenciar dos tipos de cóndor, uno coronado y otro sin corona: el primero quizá se relaciona con la idea de jefatura o autoridad, porque el Mallku es jefe de cóndores.

En los demás casos, sobre todo cuando la cabeza del cóndor remata el cuerpo ofídico, parece que tuviera el sentido de luminoso o celeste.
El ave, el vuelo, la atmósfera, el firmamento están asociados. Y tratándose de asociaciones, es notable que en el arte de Chavín y de Tiahuanaco es donde encontramos una presencia más frecuente de los tres símbolos de que acabamos de tratar: ofidio, felino y ave.

Lo que es aún más sugestivo, aparecen "monstruos" compuestos con elementos de cada uno, el artista presenta un ser mítico con cabeza de cóndor coronado y alas, cuerpo de felino con una aplicación serpentina hacia el lomo que termina en cola, y hasta una mano de hombre empuñando un cuchillo como en el símbolo del Sacriticador.

La persistencia de estos símbolos mágico-religiosos a través de los millares de años de la cultura andina se comprueba examinando obras del arte incaico. El sincretismo religioso de los incas tiene plena confirmación cuando se observan dos hechos:

a) En el Coricancha del Cusco, su santuario máximo, había compartimentos dedicados al sol, la luna, la estrella Chaska (Venus) , la constelación del Felino Dorado (Choque Chinchay) el rayo (Illapa) y el arcoiris (Koychi).

b) El escudo del emperador cusqueño (Sapan Apu Inca) estaba compuesto por los siguientes elementos: 1) el arcoiris, 2) la serpiente, 3) el felino, 4) la borla imperial o Mascapaycha. El ave, aunque no aparece en el escudo, está presente volando sobre el inca en la efigie de éste.

Los otros grandes símbolos que representan al sol, la luna y el planeta Venus como la figura de un disco, de una medialuna y de una estrella, respectivamente, no faltan en pictografías (rocas de Sallapuncu, en el Cusco, p. ej.), pero son menos frecuentes. Estas figuras y otras que se refieren a las demás constelaciones adoradas por los antiguos peruanos, así como la pareja fundadora de la especie humana y los árboles que simbolizan el comienzo del linaje humano estaban pintados, según el historiador Juan Santa Cruz Pachacuti Saiccamaygua, en el altar del Templo del Sol del Cusco.

Muchos otros símbolos registrados en la cerámica, el tejido, la metalística, la escultura, etc., esperan su confrontación e interpretación. Los aquí examinados abonan la tesis de la unidad de la cultura andina.

Luis E. Valcárcel, Historia del Perú Antiguo, Editorial Universitaria, Lima, Octubre 1964, tomo I, Pag. 80 -93.