El Muki

 

El Muki es el espíritu de las minas. Es el dueño de los tesoros de la tierra. Su pequeño guardián. No se sabe si los antiguos peruanos lo conocieron con este nombre. Su sistema para explotar el oro y la plata era diferente, tomándolo de las vetas que afloraban a la superficie de la tierra o de las charpas de los preciosos minerales, que eran arrastrados por los ríos.

El mágico personaje debió haber aparecido como tal, cuando los españoles abrieron los primeros socavones, con trabajadores indígenas, que forjaron en su imaginación la personalidad pintoresca del Muki; añadiéndola a la superstición de que nada con faldas, ni mujer, ni cura, pueden entrar en las minas, porque acarrea desgracias, se rompen las vigas, hay derrumbes, se aniegan las galerías, suceden accidentes.

El Muki se presenta como un geniecillo, que anda vestido de verde musgo, a veces con una finísima capa de vicuña o con el traje de agua que usan los mineros. En la cabeza tiene dos cuernitos que le sirven para romper la roca y señalar las vetas, su piel es muy blanca y lleva, colgando de la mano, un farolito. Es muy travieso, burlón, que descubre sus tesoros a los hombres de buen corazón y a los malos, los echa de su mina o los mata.

Los técnicos identifican al Muki con el gas letal, que irrumpe al ras del suelo o flota por encima, y con la silicosis que antes no se conocía, por algo su nombre viene de murió, el que asfixia, y mukisca, en queshwa es el asfixiado. En los nefastos tiempos de mitas, durante el virreinato, los indios que eran arrancados de los campos para ser conducidos a las minas, de donde no volvían jamás, alcanzaron a difundir la existencia del Muki, tan atado a su destino. La crueldad de los capataces que los flagelaban, hasta sacarle a tiras la piel, o los obligaban a abrir las galerías y trabajar sin protección alguna, se reflejaban en las muertes y los desastres, que se atribuían al Muki, espíritu terrígeno, que demostraba así su desagrado, por quienes invadían sus dominios sacrificando a cientos de infelices, para arrancar a la tierra sus riquezas.

Su existencia, vinculada con casi todas las zonas mineras del Perú, a dado lugar a numerosos relatos inverosímiles. En Cerro de Pazco, los mineros ya jubilados, lo describen como un enanito de cara tiznada, juguetón, que aparece detrás de sus espaldas, en puntillas, apagando la luz de sus lámparas o soplándoles en los parpados para hacerles dormir, cuando se sienten cansados.

En Morococha, los mineros dicen que solo ellos pueden ver al Muki, en su peluda cabecita apuntan dos cuernos chiquitos, relucientes, y se abriga con un hermoso poncho de vicuña. Suele ofrecer a los mineros las vetas mas finas y mientras habla, se fija si en los ojos de los cholos brilla la codicia. Según el trato, deben dejarle la mitad de lo que encuentren. Si aquellos aceptan hunde, en las noches, sus duros cuernecitos en la roca. El cerro tiembla al sentir que le rompen su barriga de plata. Y al día siguiente la veta queda descubierta para aquel que prometió, con intención derecha, de darle lo suyo.

En Huancavelca, dicen que el Muki habla con los hijos de los trabajadores por que son inocentes, porque son puros. En pequeños altarcitos, le ponen cigarros, coca y cañazo, y él, en recompensa, les avisa en cuantos días y en que parte van a encontrar el mineral. A veces anda silbando por los pozos, con su ropa de agua, su casco y su lamparita. De noche, cuando está solito, trabaja incansablemente, tallando la roca, arrancando chispas a los muros y moviendo las vetas a su antojo. A pesar de su nombre, Muki, el que asfixia quiere a los mineros y es bueno con ellos.

Alfonsina Barrionuevo
De “El Muki y otros personajes fabulosos”